Porque habremos de juntar el campo y la ciudad.
¿Quién nos iba a decir, hace solo cuatro años, que hoy Toma la Palabra sería un mar de pueblos? Sí, con nombres propios, a veces, impronunciables para urbanitas, a ratos, sin colocarlos aún en el mapa. Menos mal que ayer Jaime Lafuente les puso música y a ritmo de jota nos los recordó todos.
Antes, el andariego de esta candidatura, que lleva doscientos kilómetros a cuestas recorriendo cada rincón de la provincia, ya nos compartió sus sensaciones, las ganas de hablar de la gente de los pueblos, de que sus Ayuntamientos bajen a la plaza si sus habitantes no pueden subir al pleno. Y de que agarremos, como le dijeron en Aldeayuso, “el camino de la izquierda, que está peor, pero es el bueno”.
¿Qué ha hecho que tantos municipios se hayan sumado? ¿Qué pasa en el rural? ¿Seguimos confrontándolo a lo urbano? Quizá estemos fallando en las preguntas y por eso no demos con las respuestas. ¿Tienen sentido, en un mundo globalizado, estas diferencias? Si el capitalismo es como un trasatlántico, con su sala de calderas, sucia y ruidosa, que hace funcionar el barco, no contemos con los pueblos de Toma la Palabra. Quizá tengamos que buscar los hilos que tejan nuestras historias comunes.
Las familias que viven de la agricultura y de la ganadería, que no de la PAC, y que debieran ser el sustento de las bocas de la ciudad; el hilo verde que une la tierra, las riberas, las coscojas, las vides…; el hilo rojo de una participación que no es no es nueva ¿o les vamos a enseñar, desde la ciudad, lo que es un concejo abierto?; el hilo morado, y hasta multicolor, que da voz a quienes no siempre la tuvieron, como las mujeres que lideran algunas de las candidaturas, y que han decidido ocupar un espacio político propio.
No estamos aquí para hacernos preguntas viejas, si pueblo o ciudad, sino para plantearnos quiénes y cómo se gobierna. Y, sobre todo, para que nadie cuente lo que pasa en los pueblos más que sus protagonistas. Quienes con imaginación, trabajo y capacidad han ido abriendo centros de convivencia, creando parques infantiles y poniendo a municipios minúsculos en un mapa para clamar, pero con alegría y música, contra la despoblación.
Ya no son #4Gatos, son mucho más. Y saben que, si hay diferencias entre campo y ciudad, no son naturales, sino naturalizadas, las consecuencias de políticas de abandono, de falta de inversiones, de recortes que convierten a la gente del rural en ciudadanía de segunda, que tiene que elegir hasta qué día enferma, no sea que no haya consulta… ¿cómo hablar de banda ancha?
El rural nos regala formas de entender el mundo. No podemos perder ni renuncia a este lujo. Y con ese orgullo, esa confianza, se han hecho auténticas y pequeñas revoluciones en infraestructuras, en calles, en espacios, en la forma de entender la cultura y la participación. Y, retomando los hilos, no podemos olvidar que muchos de estos logros conectan con las luchas, pegadas al terreno, pero conectadas con la globalidad del mundo, de quienes mantuvieron la llama encendida en la provincia en tiempos en que nadie hablaba de transparencia ni confluencia, y hasta hablar del común tenía su propio estigma.
Todos esos hilos son los que tejen la pertenencia, y también la acogida, sentirse parte de un proyecto con realidades muy diversas y un solo horizonte, el buen vivir en que “habremos de juntar el campo y la ciudad”.